Hoy no escribo sobre sueños ni
guerreros ni arcanos mayores que se materializan. Hoy estoy sentada, apoyada en
el escritorio restaurado que me regaló mi padre, en el que descansan mi
ordenador, libretas, libros y otros materiales que me utilizan para crear,
incansable, relatos y otros cuentos, que recrean frente a mí una particular
pantalla de cine en la que los actores pueden, unas veces incluirme en sus
diálogos y otras, en cambio, no saber de mi existencia; más como una espía que
como una espectadora. Veo sus enredos y aventuras y después, las hago mías
sobre el papel, donde terminan su actuación tras un punto y final,
devolviéndolos a los camerinos y a sus vidas que no quiero imaginar. Les concedo
esa intimidad. Entonces, enfocando la vista en la nueva carta que tengo entre
mis manos, me pregunto si se puede medir La Fuerza en días y horas o en
ocasiones determinadas. Lo sé, tengo uno de esos días tontos o retorcidos, en los
que me abstraigo estando sola o acompañada. En los que participar de forma activa
en una conversación se puede convertir en un reto tan imposible, como estar en
dos lugares a la vez y hacer vida plena en ambos al mismo tiempo. No vale eso
de una línea divisoria que separa dos territorios distintos y poner un pie a
cada lado de la línea. Estoy hablando de dos conversaciones con dos grupos
distintos de gente y reír con unos y responder a otros, sin dejar escapar un
detalle.
En estas suposiciones encontré la
realidad de estar sola, creyendo que era una de esas sensaciones pasajeras, que
viajan solas e igual que vienen se van porque simplemente están haciendo escala.
Hasta que sacudo mi cabeza y miro en dirección a la ventana, percibo la luz,
los sonidos del exterior se agudizan en mi oído y me provocan esa sensación de
angustia, casi inconfesable, de estar tirada en la silla como ropa tras un día
agotador y que los demás están haciendo toda una vida en un solo día, mientras
veo las horas como inversiones que se han ido a pique. Vuelvo a fijarme en la
carta y escucho el rugido del león que ha saltado fuera de ésta y con urgencia,
sabiendo que ahora es él quien me acecha, sin saber desde dónde, me cambio de
forma apresurada y vuelo hacia la salida.
Ya en el exterior, donde me siento
a salvo, con los rayos del sol calentando más de lo acostumbrado para estas
fechas y con los sonidos envolviéndome, dejando de ser ajenos, me di cuenta que
La Fuerza se puede medir en pasos, en sonrisas, en intenciones y deseos. Puede
estar en una gota, esa que colma el vaso de alguien… Convive en ambos mundos, coexiste
entre los actos y la imaginación, pero en cada uno reside la forma en que se
emplea. Es como un libre albedrío que puede llegar a esclavizarte cuando
olvidas que La Fuerza es algo más que un empujón de un extraño que te llena de
rabia, de nuevo allí coexistiendo entre ambos individuos; es algo más que un
combate de boxeo en el que los oponentes se golpean, haciendo estrategias
constantes de ataque con sus propias fuerzas, mientras los espectadores gritan
con fuerza apostando por ellos. Pero va más allá. Es tu predisposición, tu
voluntad, tu sonrisa cuando no estás bien, pero sabes que es lo mejor en ese
momento; son tus pasos antes de entrar a una sala llena de miradas expectantes
o, por el contrario, llena de conversaciones triviales que vas a tener que
interrumpir. Son esas lágrimas que no puedes evitar pero no te detienen. No es
simplemente golpear y noquear a alguien o empujar un objeto pesado.
En conclusión, La Fuerza eres tú y
soy yo, en este día soleado, alegres donde antes había tristeza, sintiéndonos
parte de un todo, cuando antes no encajábamos ni en nuestro propio ser.
Soy fuerte. Eres fuerte. No
relegues este don en otra persona ni esperes recibir un manual. Está en ti. No
lo has perdido en aquello que te haya podido ocurrir en un pasado. Simplemente
pensaste que no eres tan fuerte y así has estado dejando todo para otro día.
Pues bien, HOY es ése día.
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