miércoles, 23 de enero de 2013

Capítulo V: El Viaje Más Corto (GLORIA Y ELENA)


-       ¡¡¡Tíaaa!!! ¡¡¡Qué emoción!!!- Le dije tirando la maleta en el asiento trasero, y volviéndome más torpe de lo normal por la ansiedad que sentía.

 Saqué de mi bolsillo dos armas: la última carta, con el número de teléfono de Alex, y su foto. Se las mostré nada más sentarme. Ella me miró con el signo de interrogación en su rostro y, dándome mucha prisa, le conté todo acerca de mi noche de nostalgia y todo sobre Él. Guardé las armas con sumo cuidado, como si de bombas atómicas se tratase.- Decidí autosecuestrarme - le expliqué a una amiga cada vez más atónita y sumamente interesada en lo que le estaba contando.- Y me amenacé a mí misma, haciéndome elegir entre: buscar a mi amigo, una vez haya pisado suelo alemán, o volver a mi coma rutinario.- 

Elena me entendió a la perfección, arrancó el coche sin perderme de vista, ni yo a ella, y me dijo, “de eso nada. Yo me lanzo y tu también. Y no volveremos a ser dos bellas durmientes.”- Ahora sonreía- Abróchate el cinturón de seguridad, que este viaje promete… muchas curvas. Y nos reímos a carcajada limpia.

La situación cambió de un modo radical. La tensión se desvaneció, y en el asiento del conductor, me encontré a una rejuvenecida Elena, que estaba que se salía de la misma sensación estrafalaria y surrealista que parecía acelerar con cada marcha que metía, creando un paréntesis temporal, dentro de los confines de su coche. Nos miramos y reímos con un brillo distinto en nuestros ojos, sabiendo, independientemente del resultado, que este momento quedaría para la posteridad.

Decididas, pusimos la música a toda pastilla, mientras yo me dedicaba a bailotear en el asiento. Mi niña interior había vuelto y había encontrado a su compañera de juego ideal. Nos miramos y canturreamos a voz en grito y desafinamos más que nunca, debido a nuestras risas y nerviosismo. Después rebusqué entre los CDs y, rememorando nuestras primeras salidas a las discotecas, puse las cantaditas de la música dance de los ’90. Esto nos excitó más aún, colándose alguna canción de Maná y terminando, la caótica sesión, con The Prodigy y sus temas más míticos, disparando todos nuestros sentidos y, tal vez, la velocidad de nuestra nave especial.

El viaje hasta el aeropuerto era de unos minutos, pero nuestro subidón continuaba en el paseo por el aparcamiento. Hasta que nos paramos, pasmadas por un instante, mirando con fijeza  la entrada como si nunca hubiésemos visto en nuestras vidas, una puerta automática. Pareciera como si no tuviésemos claro su funcionamiento y tuviésemos que esperar a que algún desconocido la utilizase antes que nosotras, para aprovechar y colarnos dentro del edificio. Y así fue. Elena entró, seguida por mí, pero mi entrada, no fue lo que viene siendo glamurosa. La puerta se cerró antes de lo previsto, enganchando mi maleta con ruedecillas, haciéndome retorcer el mango plegable, reteniéndolo entre las dos hojas de vidrio, conmigo dentro y maleta fuera. 

Todo bajo la atenta mirada de unos ingleses, a la expectativa, mientras yo sonreía con la cara ardiendo de la vergüenza con una amiga que se reía, sin disimulo alguno, por todos los allí presentes. ¡Muy bien pensé! Siempre que intento ser mona, me paso a mono de feria o recreo alguna escena embarazosa de película cómica. Es automático, casi instintivo. Y por supuesto, los espectadores no me faltan, suele ocurrirme en los lugares más concurridos o en los que mejor hay que comportarse, tales como museos y bibliotecas y, ahora, aeropuertos.

Pero me sentía genial, era como revivir, volvía a romper a carcajadas y aún,  no tenía el billete. Creo que es un buen comienzode lo que sea que esté comenzando.

Tras el desastre de mi entrada, llegó el momento serio: comprar los billetes sin parecer un par de piradas. Bien, ambas respiramos profundamente y nos dirigimos a los mostradores correspondientes, para pedir información y encontrar alguna oferta, a ser posible. Nos dividimos, Elena a una línea aérea y yo a otra. No valía mirar atrás, eso lo habíamos pactado antes de emprender nuestra búsqueda.

La azafata de tierra, correctamente vestida y con gesto amable, me informó de todo cuanto necesitaba saber. Había un vuelo que salía en dos horas y treinta y cinco minutos, exactamente. Destino, aeropuerto de Berlín (Flughafen Berlin, Shönefeld). Qué bien que me lo sé, qué contenta que estoy conmigo misma, pensé para mí y me reí. La azafata me miró, levantando una ceja, con gesto de reprobación. – Es que estoy muy emocionada.- Le dije- recordándome que debía evitar, en la medida de lo posible, parecer una pirada. El precio tampoco era exagerado, me repetí como un mantra (necesito una copa).

Pasaron los minutos y los datos pertinentes con ellos. Me despedí con toda educación y di media vuelta. La transacción estaba lista, le dije a mi conciencia, ya no puedes amenazarme más. Ella me replicó en tono borde, haciéndome torcer el gesto: aún no has llegado a Berlín y, ni mucho menos creo que seas capaz de buscarle, S-O-S-A. Ya me estaba juzgando. ¡Vuelve a tu rutina! ¡a tus pies sobre la tierra!… ¡Cállate! Le dije gritando en mi fuero interno. Desterrándola de un empujón. Mi lucha interna era fuerte. “Lo seguro” quería arrastrarme de vuelta a mi lecho de laureles para no arriesgarme a sufrir daño alguno. PERO NO. Estoy viva y pienso demostrármelo.

Me dirigí a la cafetería, sabiendo que Elena también iría ahí sin necesidad de haberlo acordado previamente, con la sensación de tener unas piernas de goma e intentando no borrar, a cada paso, mi resolución.


Llegué. Llegó.

No hay comentarios :

Publicar un comentario