Volví
a cerrar mis ojos y me dejé bautizar por los colores del alba. Disfrutando
del escalofrío que recorría todo mi
cuerpo. Di un paso hacia delante, sin miedo sin vacilación. Con los ojos aún
cerrados, podía ver con toda claridad hasta dónde había sido capaz de llegar.
El siguiente paso que di me distrajo un poco, porque ya no sentía el musgo bajo
mis pies. Así que abrí los ojos y
descubrí un camino marcado por jirones de telas blancas y negras que llamaban a
mi curiosidad por su nombre, de tú a tú, invitándola a seguir investigando.
Con los ojos bien abiertos, seguí el rastro de las telas como migas de pan, trazando una ruta que me hizo atravesar el denso bosque, hasta llegar a una gran roca, donde a modo de meta, reposaban un bastón y una galera. Hum, esto era conocido para mí, pensé. Ni corta ni perezosa, me coloqué la galera por corona y empuñé el bastón, cual cetro, señalando el paisaje que ante mí se extendía y que ahora proclamaba como mi reino. Sonriente y juguetona. Me reía, divertida por sentirme tan poderosa teniendo como única fortuna este momento y como ejército, los árboles que se extendían ante mi, formando filas que nunca romperían.
Con los ojos bien abiertos, seguí el rastro de las telas como migas de pan, trazando una ruta que me hizo atravesar el denso bosque, hasta llegar a una gran roca, donde a modo de meta, reposaban un bastón y una galera. Hum, esto era conocido para mí, pensé. Ni corta ni perezosa, me coloqué la galera por corona y empuñé el bastón, cual cetro, señalando el paisaje que ante mí se extendía y que ahora proclamaba como mi reino. Sonriente y juguetona. Me reía, divertida por sentirme tan poderosa teniendo como única fortuna este momento y como ejército, los árboles que se extendían ante mi, formando filas que nunca romperían.
Alguien
comenzó a silbar, mezclando su silbido con la caída del agua de la cascada,
situada bajo la roca sobre la cual me había autoproclamado reina. La melodía que componían estos dos sonidos
era perfecta y, la acepté, encantada,
como ofrenda. Volví a cerrar mis ojos para concentrarme en mi regalo,
pero en su lugar escuché la risa lejana.
Me
envaré.
Aquel
sonido tan familiar traía recuerdos que había desterrado. Exiliados en un
recóndito pasado con la entrada al presente vetada.
Abrí
los ojos con brusquedad y busqué el lugar de procedencia con la risa resonando
en mi mente como un grito de guerra.
La
vi.
La
máscara burlona. Mirándome. Riéndose de mi conquista. -¡No, esta vez no te
escaparás!- le grité-. Bajé, sorteando todo un terreno escarpado, cegada por mi
único objetivo: una inerte máscara que traía a la vida el recuerdo de la figura
del caballero con galera y bastón. ¡Claro,
los jirones de tela pertenecían a su traje!
Me
zambullí en el agua y cuando iba a alcanzarla, se hundió de forma abrupta. Me
di cuenta. La máscara era el cebo. Era una trampa más. Y yo volvía a hacer lo
que él quería. Cuando me sumergí sin apenas tomar aire y atrapé la máscara, la
corriente me arrastró con la fuerza del océano. ¿Y ahora dónde estoy? ¿No quedamos en que estaba despierta? Arrojada
al interior de una cueva, entre jadeos y haciendo un esfuerzo sobrehumano, logré
salir del agua, clavando mis dedos en la tierra húmeda. Quedé tumbada boca
arriba y absorbida por la visión de un techo rocoso, unos destellos me trajeron
de vuelta. Recuperando la respiración, giré sobre mi cuerpo, aún tendida sobre
la tierra fría y húmeda. Me concentré en una figura recortada en sombra que se
movía, minuciosa, atareada en algo, rodeada por ese azul brillante. No entendía
nada. Mi vista se nublaba y lo último que pude ver venir era aquella figura
acercándose hacia mi. Sin miedo sin vacilación.
Continuará…
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