viernes, 11 de enero de 2013

Capítulo IV: ¡Corre, Corre! (GLORIA)


Al volver a casa, con la noche y el silencio de mi hogar pesando sobre mis hombros, pensé en hacer un hueco a mis memorias acompañada de algo de música, el aroma a incienso y una copa de vino para brindar por Beilstein. 


Cómodamente sentada en mi sofá y abrazando un cojín en plan ñoña, decidí hundirme más aún en mi soledad. Me levanté y busqué mi álbum de fotos, que estaba dentro de una bolsa con otras fotografías revueltas, descuidadas. En realidad no prestaba mucha atención hasta que pasé de ser un bebé a ser una preadolescente en primaria. Entonces me lancé.


Le busqué, de forma automática, viendo pasar mi vida en etapas desordenadas y a gran velocidad… ahí estaba. Y ahí estábamos. A mi lado, un chico alto, espectacular, de ojos azules y cabello castaño, piel blanca, muy blanca, mejillas sonrojadas y algo desgarbado, propio de la adolescencia. Destacaba. Tenía bondad y esto se reflejaba en su sonrisa y en aquellos ojos cristalinos ¿Cómo serán ahora? Quince años después.

Acaricié la foto y suspiré. Tenía su número, el último que me envió en la última carta que me escribió. Le respondí, pero no volví a saber de él, tampoco me atreví a llamar.
Simplemente seguí con mi vida, enterré nuestra promesa utilizando esa expresión tan peligrosa, tan cercana algunas veces al olvido y otras al perdón: “eran cosas de chiquillos.”

El tiempo ha pasado y mis sueños como ser cantante, actriz y veterinaria, todo a la vez, está claro, se han ido reemplazando por deseos simples como tener un  trabajo que me permita vivir en condiciones, según mis parámetros, respetables, y poder permitirme algún que otro capricho.

    -Ya no podemos soñar- pensé, aunque no pude evitar decir aquellas palabras mirando al vacío, aún arrodillada en el suelo, con la foto entre mis manos. Sí, aquel duro y frío suelo, me parecía más cálido que cualquiera de mis proyectos de vida.

De niña podría haber sido cualquier cosa y, como adulta, he definido tanto mi persona, mi ritmo de vida, he tratado con tanto esfuerzo dar forma a mi personalidad que, ahora me doy cuenta, que no sé ni quién soy.

    - Ahora- repetí en un susurro, con un escalofrío recorriendo cada una de mis vértebras. Consiguiendo dar forma física a la palabra. Ahora vengo a darme cuenta, que no es tranquilidad lo que he logrado con el paso del tiempo. Esta no es una vida apacible. Me he estado engañando todo este tiempo… es un coma. 
     He dejado de soñar, de vibrar alto, de entusiasmarme con otra cosa que no sea el trabajo o la idea de festejar lo que se tercie. Volví la mirada con gran avidez a la foto cuando sonó el teléfono, me levanté en un movimiento ágil y atendí sin más, tras comprobar que era mi amiga:

    - Te recojo. Nos vamos al aeropuerto. Vamos a elegir un destino y cuando nos reunamos de vuelta, nuestras vidas habrán cambiado.

    - Jajajajaja, tuve que reír abiertamente, con mi risa estruendosa que no pasa desapercibida. Qué entusiasmo desprendía Elena – Pero… ¿hago ya la maleta? 
     ¿o volvemos una vez hayamos comprado los billetes?

     - Mira, hazte una maleta con lo imprescindible, por si acaso.- Me contesta. Volví a reír.

    - Pues te dejo, me pongo a ello.- Le dije mientras corría escaleras arriba, fatigada y excitada ante la nueva perspectiva, mientras abría el armario…

   - ¿¡Dónde está!? ¡Venga, si lo he ordenado todo hace nada!- Allí estaba la respuesta, cada vez que reorganizaba mi piso, parecía que jugaba a esconder un poco más las cosas y, cada vez, tenía menos, eso sí, todo útil y recopilado en mi inventario mental.


    – Bien, ahí estás.- A estas alturas ponía voz a cualquier pensamiento que me viniera a la cabeza. Me apresuré escaleras abajo. Parecía que estaba huyendo de la policía, agarrando todo lo que pudiese porque había saltado la alarma y podrían llegar en cualquier momento. Realmente sabía quién iba a detenerme; mi conciencia. Que iba a juzgarme… ¡No! ¡No!, yo sigo haciendo la maleta y duermo en el aeropuerto si es necesario, aunque solo esté a treinta minutos de mi piso, con tal de no echarme atrás.

Unos cuantos eternos y caóticos minutos después, tenía la maleta hecha. Era como un botiquín para una mujer. Lo imprescindible, sobrando de todo, por si acaso


Es lo que tiene la “Posición Cero”.

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