Nuestra
conversación en nuestro impersonal fuerte llamado: “Cafetería del Aeropuerto," no dio para mucho. Fue un intercambio de datos de vuelos, miradas nerviosas,
algún que otro gritito de emoción y silencios que terminaban en: “necesito ir
al baño. En seguida vuelvo. Cuídame las cosas.” Elena salía media hora antes que
yo, lo cual me fastidió un rato. Se me da mal estar sentada, sola en una mesa
de cualquier local público. Aunque nadie me mire, yo me siento observada a cada
instante.
Cuando
llegó el momento de despedirme de Elena y ella había pasado el control con
éxito, se giró y me gritó, mientras se despedía con la mano en alto: “¡recuerda, Posición Cero!” Yo asentí con la cabeza mientras alzaba la mano del mismo modo.
Era como mirarse en un espejo. Uno que se alejaba, haciendo mi imagen más
pequeña. Obligándome a mirarme a mí misma en carne y hueso.
Miré
mis manos y jugué con mi anillo. Miré por la ventanilla: nubes, cielo; bien,
todo en orden ahí fuera. Volví a mis manos. – ¿Un café? Preguntó una voz
excesivamente cerca de mí, haciéndome volver al avión de forma consciente.
Volviendo a tomar posesión del cuerpo que había dejado ahí sentado, mientras mi
mente volaba a más velocidad que el avión y que la mismísima luz. Mi parte más
emocional estaba ocupada en recrear toda clase de posibilidades y se las pasaba
a mi mente en plan borrador, la cual las desechaba, tachándolas de auténticas
locuras.
- ¿Un café señorita…? - Me repitió con cara
expectante.
- Uy, sí. Gracias. – Respondí algo apresurada por
limpiar mi imagen de pasmada.
- ¿Cómo lo quiere? - Dijo en plan comercial. Muy
profesional.
- Con leche, por favor.- Siempre hago gala de mi
educación y, más aún, si estoy nerviosa.
- Aquí tiene. ¿Desea acompañarlo con algo de
bollería?
- Muy
tentador, pensé. No, gracias. Así está bien. - Esa es la respuesta
correcta. La que mantenía mi línea…
Sosa, escuché. ¿Eh? Casi me giré para mirar entre los
pasajeros que tenía detrás, pero caí en la cuenta: era yo misma, de nuevo
castigándome. La verdad es que no necesitaba cafeína alguna, ya estaba bastante
nerviosa, pero me hacía bien tener algo entre las manos.
Sin más, decidí concentrarme en la espuma del café. Intentando
entrar en meditación. Viviendo el momento presente. Sentí la presión de la
cabina, oí el murmullo de la gente charlando. Miré a mi acompañante: una mujer
de unos 60 años. Vestida con colores muy alegres y chillones: fucsia en la chaqueta, roja la blusa, falda hasta las
rodillas a juego con la chaqueta. Curioso sombrero de flores y ¿paja?
¿esparto?... ¿espanto? Sí, esa última era la buena. Con su piel blanca y su
bolso negro agarrado en posición: “arma
de defensa en caso de acercarse algún jovencito sospechoso." Dejé de
mirarla cuando aventuré que lo utilizaría conmigo si seguía siendo tan
descarada.
Quise reírme de mi propia invención, así que, sonreí mientras
me llevaba la taza a los labios para no parecer una lunática o, al menos, no
del todo.
¿Cómo estará Elena? Tenía dos vuelos por delante ¿Estará pensando ella en mí? ¿dejará de crecer mi ego algún día? Lo
dudo mucho, pero lo intentas, respondió de nuevo mi vocecita. Decidí hablar con ella, a fin de cuentas
estábamos las dos solas en esto. En un mano a mano: las ganas de volver volando
(nunca mejor dicho) o yo. Una de las dos caería.
Con intentarlo no basta,
me recordé. Todo es más simple cuando te lanzas. Ahí ya no hay marcha atrás. Te
dejas llevar por la corriente, por la inercia, por la gente o por lo que surja
en ese momento y, solo te detienes, si el callejón al que has ido a parar, no
tiene salida. Si no, avanzas, y así es como vas cambiando tu vida.
Eso mismo estaba haciendo en estos precisos instantes, con mis pies en las nubes, sobrevolando, lo que sea a estas alturas (soy muy mala en geografía). Con los pies muy quietos, avanzando a grandes zancadas.
Eso mismo estaba haciendo en estos precisos instantes, con mis pies en las nubes, sobrevolando, lo que sea a estas alturas (soy muy mala en geografía). Con los pies muy quietos, avanzando a grandes zancadas.
Inhalé el extraño aire del interior de los aviones y me sentí
igual que en la cima de una montaña. La había conquistado. Había cambiado mi
plaza fija de mi ñoño sofá, por una plaza pasajera de este avión.
La próxima vez que te sientes ¿dónde será? Me preguntó de nuevo la vocecita, poniendo mis
nervios a prueba. De eso no tengo ni la más mínima idea, respondí en tono mordaz. Pero de una cosa sí estoy segura: no
me sentaré para volver a deprimirme y hundirme un poco más en la estricta
cláusula de la rutina; será para descansar de tanto salirme de mis propias
normas. De mi jaula de oro.
Palpé el bolsillo derecho de mi abrigo y noté la rigidez de la
foto y la carta doblada.
¿Qué estará haciendo Elena?
También he despertado deseosa de escapar de los callejones sin salidas, de esos laberintos internos en donde se pierden las ilusiones y la voluntad. Despertar del marasmo con "los pies en las nubes", vagar sin rumbo hacia otro lugar lleno de promesas. @LetrasEnFuga
ResponderEliminar¡Qué bonito tu comentario! Mientras más lo leo, más me gusta. Es muy poético. La intención de esta novela es devolver a sus protagonistas esa chispa que a veces, con el tiempo se va perdiendo. Como bien has escrito: es la ilusión lo que se pierde. Como si todo quedase en nada, pasado y presente.
ResponderEliminarVisitaré tu perfil en twitter y si tienes un blog me gustaría añadir tu link en nuestra sección de amigos y, por supuesto,leerte a ti también. La escritura, si es compartida, se disfruta más. Cobra vida ;-)