El autobús arrancó, alejándola de sus pensamientos, trayéndola de vuelta a la realidad del vehículo y su ajetreo. Una suave lluvia se deslizaba grácilmente por la ventanilla, ofreciéndole su despedida, aun cuando ella había evitado todo resquicio de ésta. Huyendo en mitad de la noche, una sola nota fue su adiós. ¿Qué pensaría Roberto cuando despertara y no la encontrara a su lado?
Dudó y pensó en bajar, pero fue tarde, el autobús se puso en marcha y en el fondo, ella, respiró aliviada. Se sentía cobarde y enfadada. ¿Cómo podía comportarse así? ¿Cómo se abandona a la única persona que ha sido capaz de ofrecer a su alma, perdida, la calma que tanto necesitaba? ¿Qué clase de persona huye sin despedirse siquiera del que ha sido su amigo y amante en las últimas semanas?
Las últimas semanas, ahí estaba la clave. Llegó para un par de días y llevaba un par de semanas, ¿qué podía hacer sino huir? Debía continuar con su vida, no podía permitir que una locura transitoria trastocase todos sus planes porque... Era una locura transitoria, ¿verdad? Sí, por supuesto que sí, ¿qué otra cosa podía ser?
Roberto despertó intranquilo en mitad de la noche, un leve giro en la cama le bastó para saberlo. Laura ya no estaba. Se había marchado. No encendió la luz, no necesitaba buscar su adiós. La conocía, odiaba las despedidas. A él tampoco le habría gustado. No habría sido capaz. Otra vez, no. Cerró los ojos, respiró tranquilo, sabiendo que Laura estaría bien, e intentó dormir.
- Mira esas chicas, ésas son españolas seguro - Le dijo Pedro con la confianza de quien ha hecho un máster en “personalidades femeninas”.
- ¿En qué te basas? Si puede saberse, replicó él mientras luchaba por esconder su risa.
- Está claro -respondió su amigo con seguridad- para empezar llevan vaqueros, busca una inglesa en toda la casa que no lleve una minifalda minúscula; para continuar están bebiendo cerveza, busca una inglesa que no beba algo con un color estrafalario y, para terminar, fíjate, parece que hasta hablan con elocuencia con los chicos y ya han largado a un par de ellos.
- ¿Esos son tus criterios?
- Venga, Rober, sé sincero. ¿Cuántas inglesas a esta hora son capaces de rechazar a un tío? Llevamos cuatro meses de Erasmus, hasta tú deberías saber eso - dijo Pedro con un tono exasperado mientras se abría otra cerveza.
- Pedro, en serio, a veces me preocupas...
- Sí, sí, pero te digo que son españolas, y además, están buenas, ¿vamos a ligárnoslas o qué?
Roberto se despertó de nuevo. Ya no estaba agitado pero una profunda nostalgia embargaba su ser. Hacía tanto que Laura y él eran amigos que había olvidado, enterrado, quizá a propósito, en su memoria, cómo se conocieron. ¿Podía ser posible que lo hubiera hecho para protegerse? Tonterías, últimamente sólo pensaba tonterías. Laura, con su personalidad arrolladora, había puesto su vida del revés en un par de semanas, pero eso no significaba nada. Eran adultos, necesitaban afecto, nada más. Mañana todo sería normal.
El autobús paró. La mujer a su lado la movió suavemente para despertarla, pero Laura, lejana, perdida entre sus recuerdos, se resistía a abandonar su sueño.
- ¡Ey! Muchacha, tenemos una parada de media hora.
- ¿Aún no hemos llegado? -Preguntó Laura aún adormilada.
- ¿Llegar? No, estaremos a mitad del viaje.
- ¿No puedo esperar aquí? - Inquirió Laura resistiéndose a despertar por completo, acurrucándose aún más en el sillón, luchando por regresar a su dulce fantasía.
- Lo siento chica, el conductor ha dicho que todos debemos bajar.
La fría mañana madrileña la recibió. Laura, estiró su abrigo todo lo que pudo mientras corría para llegar a la cafetería. Allí, sentada en la estación, invisible entre el tumulto de personas que se disponían a coger distintos autobuses y trenes, se dejó llevar, regresó a Leeds.
- ¿Has visto a ese par? No dejan de mirarnos, sobre todo a ti, ¿te apuestas a que nos entran en menos de cinco minutos?
- ¡Anda ya! Esto está lleno de gente, sabrás tú a quién miran.
- Laura, créeme, tengo un sexto sentido para los tíos, y éstos nos entran.
- Pues nada, que entren, que ya les indicaré yo dónde está la salida.
- Ah, no, de eso nada. Míralos, parecen majos, así que no te vayas a poner en plan borde, pleaseeee - le había pedido Marta brindándole una preciosa sonrisa de niña inocente y desolada, la única a la que no se podía resistir.
- Está bien, pero si se ponen pesados, yo me largo. Además, si no son tu tipo, ¿para qué quieres que sea simpática?
- Créeme, estos tíos prometen.
Al final sí que prometían, sí. Pensó Laura mientras una leve sonrisa se esbozaba en su cara y regresaba de nuevo a su sueño, a ese lugar donde no existían los problemas ni las incertidumbres, a ese año en que sólo debían divertirse y estudiar un poquito, a su Erasmus.
- ¿Has visto como eran majos? - le quiso restregar Marta en cuanto llegaron a la residencia.
- La verdad es que me he reído mucho, pero no te creas, eso de que se hayan querido quedar con nosotras haciéndose pasar por ingleses...¡No me ha gustado nada!
- Vamos, Laura, era una broma. Una manera diferente de entablar conversación.
- Supongo, pero aún así, no me ha gustado. Ya sabes que no soporto que me tomen por tonta.
- Anda, deja de quejarte, vamos a la cocina que te hago una tostada y me cuentas qué ha pasado con Roberto cuando Pedro y yo nos hemos ido.
- Acepto la tostada, pero no te emociones, no hay nada que contar.
Laura se sorprendió a sí misma recordando todo lo sucedido aquella noche. Especialmente aquella interminable mañana en que Marta la había interrogado cual sospechosa de asesinato para conocer hasta el más mínimo detalle de su noche con Roberto. No le había mentido, como Marta le recriminaba, no había pasado nada entre ellos. Al menos nada de lo que Marta esperaba, sin embargo, no podía dejar de pensar en aquella noche y la magia que sintió en aquella habitación. ¿De verdad era posible que todo hubiera surgido entonces?
- Perdona el desorden -se disculpó un Roberto algo nervioso, avergonzado ante la imagen que ofrecía su dormitorio- no esperaba visita, y sonrió con timidez.
- ¿Así que no esperabas acabar con una chica esta noche? ¿O pensabas terminar en su casa? Bueno, por suerte no soy delicada -le dijo con voz sugerente mientras se sentaba en la cama.
- Eh, eh, esto...
Laura no pudo evitar sonreír de nuevo al recordar cómo la miró Roberto. Sus grandes ojos negros se abrieron atónitos, sus mejillas, pálidas como la nieve que comenzaba a caer al otro lado de la ventana, parecían sufrir un repentino incendio, y el pobre no acertaba a enlazar dos palabras seguidas sin titubear.
- Vaya, para ser un chico de ciudad no pareces muy cómodo en estas situaciones. Tranquilo, era broma, puedes sentarte, te aseguro que no voy a atacarte, ni a violarte ni nada por el estilo.
Roberto, siempre tan perceptivo, pilló su irónico comentario sobre los chicos de ciudad. Pedro era el culpable de todo. Se había pasado toda la noche pregonando sus grandes experiencias como chicos de ciudad y ridiculizando a las chicas de pueblo. Claro, eso fue antes de saber que tanto Laura como Marta eran de un pequeño pueblo.
La cara de tonto que se le ha quedado ha merecido este mal trago que estoy pasando, pensó.
- Ah, eso, eh...Bueno, Pedro puede ser un poco imbécil a veces, pero es buen tío.
- Algo bueno ha de tener, Marta está algo loca, pero no se habría ido con él si no hubiera descubierto alguna virtud en él, aunque para mí sea desconocida.
- No seas tan dura con él, verás como al final te cae bien.
Y así, sin apenas darse cuenta, hablando de tonterías, riendo y bailando al son de grupos que Laura nunca había oído, pasaron su primera noche juntos. Sin que nada pasara, mientras todo ocurría. ¿Era posible que hubiera estado enamorada durante más de cinco años sin haberlo percibido?, se preguntó Laura mientras regresaba al autobús. Imposible, no, últimamente sólo pienso tonterías.
Roberto apagó el despertador. Y echó de menos la pereza de Laura que arañaba cada segundo de sueño. Se levantó. Y echó de menos la sonrisa de Laura que le pedía cinco minutos más en la cama. Fue a la ducha. Y echó de menos el despiste de Laura que le preguntaba si quería café o cacao. Desayunó. Y echó de menos a Laura. Y encontró su adiós sobre la mesa.
Nunca des explicaciones. Tus amigos no las necesitan. Tus enemigos no las creen. O.W.
Laura...Sin excusas, sin explicaciones, sin adiós. Roberto, con dudas, con temor, con frustración. Y con las palabras de Oscar Wilde como despedida.
Laura siempre amó a Wilde, ¿y si...? No, sólo son tonterías. Es sólo una nota, una cita más, como tantas otras. Ya está. Se ha marchado. Me iré a trabajar, y a la vuelta estaré mejor. Todo volverá a ser normal.
Pero ya nada sería normal.
Llegó al trabajo, y pensó en Laura, al encontrar en su mesa los chocolates que le envió su primer día en Santander. Para endulzar tu rutina, le había escrito en la tarjeta. Roberto sonrió con nostalgia y comprendió que había endulzado toda su vida.
Se sentó despacio, e intentó apartarla de sus pensamientos mientras revisaba los papeles del caso en el que trabajaba. Pero de nuevo apareció, en forma de post-it sonriente, recordándole que se tomara un merecido descanso. ¡Trabajar tanto no es sano! Sal y respira profundamente, la naturaleza te inspirará y encontrarás la manera de ganar. Y Roberto, el abogado serio y formal, ése al que todos miran de forma rara porque no sale ni cinco minutos a almorzar, salió. Y respiró. Y sintió el olor a mar que Laura le había enseñado a apreciar.
Y entendió que ya nada era normal. Y comprendió que todo era mejor. Y se marchó.
El sol calentaba con intensidad a través de la ventanilla, se despertó, y la calidez del sur, le dio la bienvenida. Estaba en casa. Con pereza, se estiró lentamente y bajó para esperar su maleta. Antes incluso de atisbar a su fiel compañera, sus ojos detectaron otra mucho mejor: Marta había ido a recogerla. Apartando a la muchedumbre que se agolpaba frente al maletero, Laura corrió hacia su amiga. Se abrazaron y, de pronto, las dudas, el enfado, la cobardía por aquella huída, inundaron su tez dorada en forma de lágrimas. Marta se distanció un poco y con la complicidad que sólo los muchos años de amistad y secretos compartidos otorgan, las secó con suavidad.
- Ey, ¿qué te pasa? ¿No llevas aquí ni diez minutos y ya quieres volver? -le preguntó su amiga fingiendo una pequeña decepción.
- No, tonta, sabes que no es eso. Te dije que volvía para quedarme y estoy determinada a hacerlo.
- Menos mal, ya veía que te hacías inglesita, y ¡¡ya sabes cuánto detesto el frío!!
Laura rió y Marta supo que seguía llorando por dentro. Se colgó de su brazo y con una amplia sonrisa y sus verdes ojos brillando, intentó distraer a su amiga.
- Ven, cojamos tu maleta y vayamos a casa. Tienes que ponerme al día.
- No hay mucho que contar, vine de Inglaterra, pasé por Santander a ver a Roberto y ya he vuelto.
- Ya, y no hay nada que contar...
Al calor del hogar, compartiendo un té y varias tostadas, pasaron la tarde, arropadas por el afecto de años de complicidad. Y así, al cobijo de su larga amistad, Laura encontró la serenidad para desvelar su verdad.
- Creo que estoy enamorada de Roberto -susurró con su mirada fija en la taza, mientras la asía con ambas manos, buscando en ella el arrojo necesario para continuar su relato.
Marta quedó en silencio. Y los temblorosos dedos de Laura acariciaron el borde de su aliada, encontrando el empuje preciso para revelar los detalles de su recién descubierto amor: su temor por lo que podría perder, su aprensión por lo inesperado de la situación...Su cobardía al decidir huir. Y una amplia sonrisa iluminó las mejillas sonrosadas de su amiga.
Laura la miró perpleja. Le había abierto su corazón. Le había mostrado su sufrimiento. Se encontraba en una encrucijada. Agobiada, por no saber qué hacer; enfadada, por su comportamiento inexcusable; afligida, entristecida y apenada. Perdida. ¡Y Marta sonreía!
Pero Marta no veía la misma realidad. Marta sonreía y sus ojos centelleaban de ilusión porque Laura, su querida amiga, al fin parecía despertar. Había necesitado tiempo, mucho tiempo, y distancia, una gran distancia, pero finalmente parecía ver lo que para ella había sido obvio desde aquella noche, ya perdida en sus recuerdos, ya olvidada en su querido Leeds.
- Me apuesto diez libras contigo a que éstos dos acaban juntos - le dijo Pedro en cuanto los dejaron solos.
- Que sean tres pintas, ya sabes que me encanta la cerveza - le había contestado ella mientras le guiñaba un ojo y le dirigía una sonrisa llena de picardía, y continuó -eso sí, te prometo que el día que terminen juntos, te daré tus diez libras. Está claro que ahí, hay química.
Han pasado cinco años, pero parece que tengo una deuda que pagar, pensó Marta mientras volvía a sonreír, ahora con más entusiasmo.
La indignación se reflejaba a cada instante con mayor intensidad en la cara de Laura por lo que Marta decidió explicarse. Era momento de que ella le revelase su verdad. Y posando su taza con gran sosiego, comenzó su relato. Con voz dulce y suave Marta calmó a su amiga. Le confesó que ella lo intuía desde hacía tiempo. Le aseguró que no había nada que temer, que no había nada de malo en encontrarse con un cambio de planes, que su huída era lógica, pero no necesaria.
- Es normal, pensabas volver a casa y establecerte aquí y de pronto te viste un día tras otro, cada vez más cómoda allí, planteándote incluso una vida con él, rompiendo con todo lo que esperabas vivir. Es razonable. Tenías que salir corriendo y recuperar el orden de tu vida.
- Exacto - asintió Laura, algo más tranquila al comprobar que su amiga sí la comprendía.
- Sí, es una reacción natural pero no hay nada que temer. Debes regresar, y debes explicarle todo lo que sientes. Créeme, sé que él siente lo mismo.
- ¿Cómo vas a saber tú nada?
- Te dije que nos entrarían, ¿no? Y también que prometían. ¿Acaso me equivoqué? Créeme, lo sé.
Laura se aferró a su taza, en busca de una solución que, en realidad, sólo ella poseía. Calló. Bebió lentamente. Y, con su mirada, aún posada en el té, pronunció la pregunta que le mortificaba en su interior.
- ¿Y si él no siente lo mismo? ¿Y si esto es sólo una locura pasajera y termino cargándome una bonita amistad?
- ¿Y si pierdes la oportunidad para siempre y te condenas, y lo condenas, a una miserable vida de idas y venidas, con la que nunca seréis felices?
El timbre sonó de repente. Laura, abstraída en sus divagaciones, pareció regresar a la realidad. Aún reflexionando sobre las últimas palabras de su amiga, abrió la puerta. Y sus ojos se humedecieron. Sus piernas le temblaron, y su corazón latió con más intensidad de la que nunca había percibido.
De pie, con el pelo revuelto, las ojeras marcadas por el agotamiento y el semblante serio, se encontraba Roberto. Sus ojos, no mostraban su habitual timidez, su tez, ya de por sí pálida, había perdido todo color y sus manos firmes, escondían el temblor que lo invadía.
Laura, aún paralizada, intentó hablar. Roberto, determinado a no perderla, no la dejó. No, Laura, esta vez no racionalizarás ni argumentarás, esta vez, no, pensó. Y antes de que ella pudiese hablar, se le acercó, acarició con ternura la suave piel de su cara, apartó con suavidad sus revueltos rizos cobrizos, y la besó. Con la pasión de un amor contenido durante años, con la ternura de un amor cultivado durante años.
Y Laura supo que nada importaría. Y entendió que, en ocasiones, el mejor plan, es el inesperado.
No hay comentarios :
Publicar un comentario