Sus
ojos azules, grandes, claros y profundos, me conquistaron. Me llevaron lejos de
donde estaba. Sentada en una cómoda oficina, decidí pedir más a la vida,
abandonar esa silla y ver, con mis propios ojos, el mundo que él me contaba a
través de su mirada.
Atada,
por mis obligaciones y necesidades, fui prudente y esperé hasta que terminase
mi turno. Disfrazada con un traje de falda y chaqueta, formal, me sentía despojada
de mi verdadera personalidad. De camino al parking me quité el pañuelo atado a
mi cuello; mejor. Me quité la chaqueta; más ligera. Cuando alcancé a abrir el
maletero, cambié mis tacones de cuero negro por unas simples bailarinas. ¡Fuera exigencias del protocolo!
Subí al coche y dejé
la ciudad atrás.
El
cielo aún era azul y me recordó que él no me estaría acompañando en este viaje.
Aceleré
un poco más, subí el volumen de la música y disfruté del camino en sí.
Una
hora más tarde, con el crepúsculo abriendo las puertas a la noche, toqué, descalza,
la arena. Acercándome lentamente a la orilla mientras miraba mis pies. Sintiendo
la brisa que traía el mar. Miré hacia ambos lados. Nadie a la vista.
Íntimamente sola. Agradecida por haber escapado por la misma puerta por la que
él salió.
Decidí
conversar con mi corazón. Abiertamente.
-
¿Y ahora qué? Pregunté en voz alta. Mañana
volverás a la oficina ¿Y harás como si nada?...
Sentí una presión en el pecho. Era clara su respuesta.
-
¿Qué has dejado atrás? Quiero decir ¿Seguirás poniendo tu traje como excusa?
Ahora era mi corazón quien hacía las preguntas.
Di un paso hacia atrás ante la expectativa de mojarme. Era más
fácil cuando sólo era yo la que preguntaba.
-
¡Venga! Latió con más fuerza. - ¡Se sincera!
-
Está bien. Resoplé. Y dejé que las olas mojaran
mis pies.
-
Está decidido. Mañana le pediré que nos
encontremos aquí. Así él no tendrá que entrar y salir. Y podrá saber quién hay
dentro de este traje, fuera de la oficina. En esta intimidad.
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