martes, 30 de octubre de 2012

ÉL




Sus ojos azules, grandes, claros y profundos, me conquistaron. Me llevaron lejos de donde estaba. Sentada en una cómoda oficina, decidí pedir más a la vida, abandonar esa silla y ver, con mis propios ojos, el mundo que él me contaba a través de su mirada.
Atada, por mis obligaciones y necesidades, fui prudente y esperé hasta que terminase mi turno. Disfrazada con un traje de falda y chaqueta, formal, me sentía despojada de mi verdadera personalidad. De camino al parking me quité el pañuelo atado a mi cuello; mejor. Me quité la chaqueta; más ligera. Cuando alcancé a abrir el maletero, cambié mis tacones de cuero negro por unas simples bailarinas.  ¡Fuera exigencias del protocolo!

Subí al coche y dejé la ciudad atrás.

El cielo aún era azul y me recordó que él no me estaría acompañando en este viaje.
Aceleré un poco más, subí el volumen de la música y disfruté del camino en sí.
Una hora más tarde, con el crepúsculo abriendo las puertas a la noche, toqué, descalza, la arena. Acercándome lentamente a la orilla mientras miraba mis pies. Sintiendo la brisa que traía el mar. Miré hacia ambos lados. Nadie a la vista. Íntimamente sola. Agradecida por haber escapado por la misma puerta por la que él salió.

Decidí conversar con mi corazón. Abiertamente.


-       ¿Y ahora qué? Pregunté en voz alta. Mañana volverás a la oficina ¿Y harás como si nada?...
Sentí una presión en el pecho. Era clara su respuesta.
-       ¿Qué has dejado atrás? Quiero decir  ¿Seguirás poniendo tu traje como excusa? Ahora era mi corazón quien hacía las preguntas.
Di un paso hacia atrás ante la expectativa de mojarme. Era más fácil cuando sólo era yo la que preguntaba.
-       ¡Venga! Latió con más fuerza. - ¡Se sincera!
-       Está bien. Resoplé. Y dejé que las olas mojaran mis pies.
-       Está decidido. Mañana le pediré que nos encontremos aquí. Así él no tendrá que entrar y salir. Y podrá saber quién hay dentro de este traje, fuera de la oficina. En esta intimidad.

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