lunes, 8 de octubre de 2012

Los Zapatos Rojos de Charol

La incesante lluvia se clavaba en cada poro de su piel con la misma intensidad que sus tacones de aguja en el frío y solitario asfalto. Su tristeza y melancolía, el único equipaje que acompañaban su huida; los fríos halos de luz plateada que desde el firmamento guiaban su camino, su único testigo. ¿Qué podía hacer ahora? ¿A quién recurrir cuando estás sola en la inmensidad de un  mundo que te es totalmente ajeno?

Giró la esquina y paró, casi sin aliento, para tomar aire. Intentó calmarse. Se desplomó. Cayó al suelo como la niña desvaída que un día fue, como la frágil mujer que últimamente había ocupado su ser. Acurrucada, al resguardo del raído toldo de una pequeña tienda; desgarrada, como un viejo periódico arrollado por el tráfico. Lloró. Ríos negros de rímel recorrían su rostro, mientras sus ojos, enrojecidos, intentaban hacerlos desaparecer. Allí, tirada, escondida, avergonzada, descubrió de pronto sus zapatos y supo exactamente qué debía hacer.
Haciendo acopio de la fuerza que un día formó parte de ella, se levantó y, calmada, con paso firme, se dirigió al que nunca había llegado a ser su hogar con un propósito inalterable en su mente. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? ¿Cómo no había comprendido cuán perdida estaba? Con la cabeza cabizbaja y la mirada fija en sus pies, descubrió a una nueva Julia en el reflejo del rojo charol, ¿o era quizá la Julia que siempre había habitado en ella?, ¿era acaso la Julia a la que había intentado sofocar? Una leve sonrisa se dibujó en su boca, mientras observaba, con el mismo entusiasmo de antaño, sus zapatos rojos de charol. 




- ¿Cómo me quedan? ¿Bonitos? ¿Debería comprarlos? -Preguntó Julia con impaciencia e ilusión contenida ante la posible nueva adquisición.
- Elegantes, clásicos...¡Invisibles! -Contestó Sara mientras hacía una mueca de desaprobación.
- Pero son preciosos, ¿no te parece? -Insistió una Julia, siempre necesitada de la aprobación de sus seres queridos.
- Son preciosos para mi madre, quizá incluso mi abuela. -Sentenció, mientras se giraba para señalar unos zapatos en la balda superior- Éstos. Éstos son tus zapatos, te están llamando a gritos, ¿no los oyes?
- ¡Pero si son rojos! ¿Te has vuelto loca? ¿Dónde voy yo con unos zapatos rojos? -Inquirió una Julia cada vez más alterada por no lograr la aceptación buscada.
- ¿Que dónde vas tú con unos zapatos rojos? -Repitió Sara con gran incredulidad- Pues a hacerte visible. A enseñarle al mundo quién es Julia Castaño, a demostrar que tienes carácter, que no tienes miedo y no te importa el qué dirán. ¡A mostrarle a todos la gran personalidad que escondes!
- Pero son rojos...¡Y de charol! ¿No destacarán demasiado? -Insistió una Julia cada vez más convencida por las palabras de su amiga.
- ¡Por supuesto que no! Son el complemento perfecto para una mujer que pisa fuerte por el mundo -replicó su amiga mientras le guiñaba un ojo-Vamos, al menos, pruébatelos.

Dejándose llevar por la pasión que habitaba en las palabras de su fiel compañera, Julia pidió que se los sacaran y no pudo más que coincidir con la buena elección de Sara.
-  ¡Vaya! Me quedan genial, ¿verdad?
- ¡Perfectos! El complemento necesario para esta nueva etapa que comienzas -Sentenció Sara con una sonrisa llena de sinceridad- Pareces Dorothy, ansiando vivir aventuras en Oz- añadió, y ambas comenzaron a reír.

Vaya...Hacía ya dos años que sus zapatos rojos de charol se habían convertido en su complemento perfecto y, sin embargo, sólo ahora se sentía como una auténtica Dorothy. Ojalá con el simple chasquido de sus zapatos hubiera podido regresar a su hogar.
Empapada, abatida, desgarrada en lo más profundo de su ser, miró sus zapatos y halló el empuje necesario para continuar su camino. Exhausta y sin aliento, tras haber caminado más de 30 minutos bajo la lluvia, llegó. Entró, decidida, la que sería la última vez a su apartamento. Por un instante dudó, al descubrir las paredes llenas de recuerdos: cuadros elegidos con el máximo cuidado, cuya elección se había tornado en anécdota y ésta en recuerdo amado; fotografías de una vida que ahora se desvanecía; reminiscencias que siempre la acompañarían, que quizá un día recuperaría, pero que ahora debía dejar atrás. Miró sus zapatos una vez más y, cual Dorothy, añoró su hogar. No, no era momento de retroceder, no había cabida para los titubeos. Sabía lo que debía hacer e iba a hacerlo sin arrepentimientos, sin dudas, sin mirar atrás.
Ajena a cuanto sucedía a su alrededor, se dirigió a su dormitorio. Contuvo la respiración por un instante, al abrir la puerta y encontrarse con la que había sido protagonista de tantos encuentros, de tantos susurros, de tanta complicidad, de tantas mentiras...No, no había cabida para la flaqueza. Respiró con contundencia y se dirigió a los pies de la que tantos secretos había compartido con ella. Subió la colcha de la cama y extrajo una maleta.
Abrió el armario y poco a poco fue llenando con lo imprescindible la que pronto sería su nueva compañera de viaje. La decepción y la tristeza, tan impregnadas ahora en su alma, se iban mitigando y daban paso a una renovada añoranza y esperanza entremezcladas con la alegría de descubrir cuán ligero era en verdad su equipaje.
Se sorprendió a sí misma cuando hubo terminado, pues nunca se hubiera creído capaz de viajar con tan poco bagaje.
- ¿Se puede saber dónde vas con ese maletón? - Le había preguntado Sara tan sólo dos años atrás.
- Mmmm, ¿insinúas que me he pasado? - Fue la respuesta de una Julia algo avergonzada.
- Cariño, no insinúo, afirmo, vamos de fin de semana a Ibiza y, ¡tú parece que fueras un mes a Finlandia!
Si pudiese verme ahora, pensó mientras se le escapaba otra lágrima, pero Sara ya no estaba en su vida. Sí, Sara se había ido, hacía ya dos años, y ella se había perdido en lo que parecía una eternidad.
-  Tienes que conocerlo -recuerda que le inquirió tras su primera cita con Carlos- es ÉL - ¿Por qué no habría escuchado a su amiga?, se planteaba ahora.



-   Julia, tú siempre crees que es ÉL y luego te llevas el hostión. Qué diferente habría sido todo, si la hubiera escuchado.

-  Que no Sara, que esta vez es ÉL, lo sé. - refutó Julia negándose a admitir todos sus errores pasados. Cuánto se arrepentía de ello.


Sara la conocía tan bien que sabía que no podría salir victoriosa de aquella discusión, así que hizo lo que cualquiera en su lugar: bajó la cabeza, respiró hondo y le dijo a su amiga lo que deseaba oír:

-  Está bien, prepara lo que quieras, lo conoceré.


Como toda gran amiga, Sara tenía a veces complejo de madre. Siempre había estado unida a Julia, desde que llegó a mitad de curso en tercero de EGB. Ella la acogió y, desde ese preciso instante, supo que debía cuidar de ella. Supo que serían amigas para siempre.

Julia siempre recordaba cómo la había defendido aquel primer día en un entorno extraño.
- Zanahoria, jajaja -se habían reído todos los de la clase al verla entrar- si ha llegado una zanahoria - gritaban mientras la señalaban riéndose.

Sara, ignorando las crueles bromas de sus compañeros, se levantó, la cogió de la mano y la acercó a su pupitre. Julia supo que siempre cuidaría de ella. Supo que serían amigas para siempre.
Se enjugó las últimas lágrimas. Fue al baño, se limpió la cara y cuando se disponía a abandonar su particular mundo de Oz, By the way de los Red Hot la hizo regresar. No podía ser. No sería capaz, pensó mientras buscaba su móvil. Cállate. Deja de sonar. Gritaba en su mente mientras su ira aumentaba por segundos. ¿Cómo se puede tener tan poca vergüenza?, seguía preguntándose mientras la incesante melodía continuaba elevando su volumen. NO PODÍA SER. Allí, en la palma de su temblorosa mano, en la frontera de sus dos mundos, en el límite de su bien y su mal. Allí, seis letras tambaleaban de nuevo su fortaleza, seis letras que se habían tornado en esa chispa, la adecuada, la que hizo arder todo lo que había sido su vida en estos dos años. CARLOS.
 Miró sus zapatos. Vio a Sara. Percibió su hogar. CARLOS. Rechazó la llamada. Abandonó la tristeza y la melancolía. Abrazó la esperanza y la ilusión. Cogió su maleta liviana, su bolso y se marchó.
No era Dorothy, no tenía una bruja a quien acudir ni un mago a quien preguntar. No había leones, ni espantapájaros, ni hombres de hojalata. Pero había magia: su voluntad. Quizá era tarde. Era un riesgo que debía correr. Mas si miraba a sus zapatos, sabía que, al menos, debía intentarlo.
No era Dorothy, pero extrañaba su hogar. Añoraba a Sara. Su amiga, la de verdad. Su amiga, la que la apoyó en todos y cada uno de sus fracasos y con la que celebró todos y cada uno de sus éxitos. Su amiga, la que la advirtió. Sara, la amiga de quien se alejó por ÉL. La amiga a quien traicionó. La amiga que abandonó.
No era Dorothy, pero como ella, miró sus zapatos rojos de charol y, al cobijo de la luna y el traqueteo del tren, deseó regresar a su hogar.

2 comentarios :

  1. Bueno... Me encanto !! Cuantas veces hacemos mal nuestro camino. Lo importante es darse cuenta y volver a caminar. Pero siempre hacia una nueva era... Mis felicitaciones !! A las dos.

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  2. Muchas gracias!!! No sabes lo que me animan tus palabras!! Parece que esta vez vamos por el camino adecuado! ;-)

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