Me
paré, frente a la montaña, tal y como mi sueño predijo, con la respiración
entrecortada y la ansiedad por llegar a
alcanzar aquella Luz que, ahora, en la falda de la montaña, era invisible a mis
ojos, pero la Luna me acompañaba, vigilante, expectante. Imaginé que se estaría
preguntando si llegaría a la cima ¿tendría el valor? ¿O la dosis de locura
suficiente? - Sí.
No sé cómo nombrar aquel objetivo que me había propuesto, ni siquiera sabía si seguía soñando. No, no puede ser - me dije - las piedras a las que me aferro mientras escalo raspan las palmas de mis manos. Son reales, aunque el sendero que yo estoy marcando sea tan ilusorio como la vida misma.-
Sí, así es como defino este plano, esta vida; una ilusión de la que algún día, quizá dentro de muchos años, despierte.
No sé cómo nombrar aquel objetivo que me había propuesto, ni siquiera sabía si seguía soñando. No, no puede ser - me dije - las piedras a las que me aferro mientras escalo raspan las palmas de mis manos. Son reales, aunque el sendero que yo estoy marcando sea tan ilusorio como la vida misma.-
Sí, así es como defino este plano, esta vida; una ilusión de la que algún día, quizá dentro de muchos años, despierte.
De
pronto, las nubes apagaron la noche anunciadas por un fuerte viento que
identifico como un saludo, más que como una advertencia. Tentada a sacar la
pequeña linterna de mi bolsillo. Me resisto; sé que es un saludo, estoy en el
camino. La luz de la luna volverá a iluminarme. Una mano aquí, el pie bien
asegurado, un impulso más;
- ¡Venga Luna! ¡Sal! -. Calma total. - No voy a rendirme -. Si la oscuridad me envuelve en este momento, con más fuerza pensaré en la Luz.
- ¡Venga Luna! ¡Sal! -. Calma total. - No voy a rendirme -. Si la oscuridad me envuelve en este momento, con más fuerza pensaré en la Luz.
Decido
hacer una breve pausa, solo para respirar profundamente. Cierro mis ojos,
escucho un tintineo que resuena cerca, tan cerca que me hace sentir como en
casa, a salvo. No necesito la visión, el tintineo anuncia mi llegada, sí, creo.
No; afirmo estar viendo los destellos de Luz.
–Sígueme- susurra una dulce voz.- Un escalofrío recorre mi cuerpo vaciando la sensación de ansiedad, haciendo llegar hasta mis ojos un manantial de alegría, fuerte, desbordante, rodando en forma de lágrimas por mis mejillas. Ah, suspiro. -Necesitaba este sentimiento-.
La luz, brilla con más fuerza, insistente. Percibe mi presencia. Yo siento que me llama, por mi nombre. La voz, hacía eco en mí, conozco esa voz, pero hace mucho tiempo que no la escuchaba. Es… mi propia voz.
–Sígueme- susurra una dulce voz.- Un escalofrío recorre mi cuerpo vaciando la sensación de ansiedad, haciendo llegar hasta mis ojos un manantial de alegría, fuerte, desbordante, rodando en forma de lágrimas por mis mejillas. Ah, suspiro. -Necesitaba este sentimiento-.
La luz, brilla con más fuerza, insistente. Percibe mi presencia. Yo siento que me llama, por mi nombre. La voz, hacía eco en mí, conozco esa voz, pero hace mucho tiempo que no la escuchaba. Es… mi propia voz.
- Un
impulso más -, me repitió, - y habré llegado -, me alentó.
Bienvenida,
me dice un ser, que en apariencia de hombre sostiene un candil mientras me
invita a acercarme con la mano libre. Dime -¿Qué has dejado de sentir?-. Me
quedé con la boca entreabierta, un aire denso rozaba mis labios, dubitativa,
sabía que había una emoción que pugnaba por salir, que pretendía empujarme,
hacerme retroceder con todas sus fuerzas, detenerme, derribarme. Pero fui YO
quien dio el primer paso, ahora era YO quien empujaba: - MIEDO. Sentencié. Dejé
de sentir miedo. Lo dejé, perdido, solo, desamparado, en alguna calle cerca de
mi casa o al pie de la montaña, ya no lo recuerdo, porque ya no me identifico
con esa emoción.- Ahora sé que estoy justo donde quiero estar.
-Dime
entonces, repitió el extraño ser - ¿Qué es lo que estás sintiendo?
Sonreí, satisfecha, no vacilé ni un instante: - FE, dije.
Sonreí, satisfecha, no vacilé ni un instante: - FE, dije.
Con
seguridad, ahora sé quién es Él, es el Ermitaño, quien ahora señala mi pecho, mi
corazón. Miro, siguiendo el destello de la Luz, recorriendo su estela, pongo mi
mano derecha sobre mi corazón, la luz se filtra entre mis dedos. Emocionada,
vuelvo a mirar al Ermitaño. Su candil, ya no brilla.
- Dime
sólo una cosa más- me decía mientras me miraba a los ojos- aún cuando todo
quedó a oscuras… - terminé la frase por él - me sentía iluminada -.
- Veías
la Luz, en tu interior- afirmó mi guía.
- Sí,
respondí.
- Pues
debes entender que desde un principio, desde tu propia creación, esa Luz
siempre ha estado en tu corazón, aunque creyeras estar viéndola en tu mente.
Cuando el ser humano crece, tiende a mentalizar todo. Termina por desconectarse de su corazón. Dejándolo como un simple músculo involuntario. Así es como cree estar haciéndose fuerte, pero es la mente la que aprovecha ese momento para dejar entrar el miedo y la desesperación.
Cuando el ser humano crece, tiende a mentalizar todo. Termina por desconectarse de su corazón. Dejándolo como un simple músculo involuntario. Así es como cree estar haciéndose fuerte, pero es la mente la que aprovecha ese momento para dejar entrar el miedo y la desesperación.
Con
los ojos muy abiertos, entendí: -Por eso no me detuve- dije en voz alta, más
para mí misma. Ahora lo sabía.
- Entonces… - me insta a seguir acompañando su palabra con un suave gesto que me invitaba abiertamente a decir la Gran Verdad que acababa de descubrir: - Tengo FE, fe en mí misma-. Sonrió, complacido. Y mi corazón latió más fuerte, desbocado de la alegría.
- Entonces… - me insta a seguir acompañando su palabra con un suave gesto que me invitaba abiertamente a decir la Gran Verdad que acababa de descubrir: - Tengo FE, fe en mí misma-. Sonrió, complacido. Y mi corazón latió más fuerte, desbocado de la alegría.
- En
el corazón no residen ni el miedo ni la desesperación - puntualizó el Ermitaño -
sino la fe y la fuerza de voluntad.
Le sonreí.
Giré
sobre mí misma, lentamente, disfrutando del momento, comenzaba a amanecer. Me
paré. Suavemente, cerré mis ojos, por tiempo, cuando los abrí, el sol bañaba
todo un paraje, hermoso… el sabio Ermitaño ya no estaba, pero lejos de sentirme
sola, me sentía bien acompañada, por mí misma, por mi fe.
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