viernes, 26 de abril de 2013

Capítulo XI: Primera Ronda (GLORIA)


      - Vamos por aquí.- Me dijo, ahora algo ansiosa. Yo asentí con la cabeza y me puse a su lado a caminar con las manos bien metidas en los bolsillos. Espero que el bar esté cerca.

     - Y dime Gloria…

     - ¿Sí?- Pregunté deseosa de haber tenido alguna manera de evitarla.

    - ¿Qué es lo que has venido a hacer exactamente a Alemania?– Me preguntó en un tono ahora sospechosamente ligero. Como dos amigas que se ponen al día. Era muy cambiante, tal vez ¿una persona inestable? No lo sé, tengo miedito. 


    - Pues… alejarme de la rutina.- Eso tenía su parte de verdad. Desde luego no iba a admitir que deseaba un ardiente reencuentro con su marido. Dejémoslo así.

 - ¡Qué bien poder permitirte una escapada de vez en cuando! Yo, con Jonas y Alex, solo puedo soñar con escapar aunque sea un par de días.

 - Entiendo. Pero tener una familia debe tener sus cosas bonitas y su parte de responsabilidades que no gustan, como casi todas las responsabilidades ¿no?– Entonces se paró un instante, mirando fijamente al suelo y no me respondió. 


 -  Mira, es ahí, levantó la cabeza y señaló con el dedo índice.– Esto cada vez me gusta menos.

Entramos al Z- Bar, que se encuentra en el número dos de Bergstraße, cerca de Gartenstraße, la calle donde vive Christel. A unos siete kilómetros del hotel donde me hospedo, pero con Katerina, me sentía mucho más lejos y muy extraña.
Cuando entré, solo pude maravillarme, un sitio moderno y lleno de cultura cinematográfica, una estupenda carta de cocktails y gente guapa y alta por doquier. Sentí un dedo golpear un par de veces mi hombro izquierdo, casi me había olvidado que estaba con la “más rara que yo”, Katerina.

- ¿Nos sentamos?

- Claro.- Qué iba a decir si no.

La carta me incitaba a dejarla en manos de algún experto camarero que me pudiese recomendar, pero en su lugar, Katerina, pidió por las dos y me dijo que era una sorpresa y que seguro que me iba a encantar. Oh, oooh, pensé. Nuevamente, era lo único que se me ocurría. Todo era cada vez más raro, con las tenues luces del interior del bar, donde el rojo, negro y blanco hacen su combinado perfecto. 


Me topé con los ojos de mi... lo que sea, mirándome fijamente. Imaginé que estaría intentando leer mi mente.

Hubo unos minutos de silencio incómodo y, cuando al fin trajeron los cocktails y me dieron una buena excusa para estar callada, ella se lo bebió en apenas dos tragos y yo, abrí los ojos como platos, echándome hacia atrás, alucinada, si este era el comienzo ¿qué vendría después? ¿qué dejaría para después?

Dejó la copa de un golpe en la mesa y empezó a reírse.

¡Y yo que creía que vendrías a quitarme a mi marido! Y mírate, eres inofensiva. – Siguió riéndose. Yo me dediqué a darle un pequeño sorbo a mi copa, y el fuego recorrió mi garganta, recreando su propio infierno en mi estómago.

- ¡¿Qué es esto?! – Dije finalmente.

- Ajajajajajaja, es un Long Island Ice Tea. Jajajaja, de té no tiene nada, ¿eh?.- Y se volvió a reír. Hizo una indicación al camarero y pidió otros dos. ¿Para quién eran? Yo acababa de empezar.

Busqué en el menú y estos son sus ingredientes: vodka, ron, ginebra, triple sec, zumo de naranja, limón y cola. Total, nada.

- Aquí viene otra rooondaaaa.- Canturreó mientras se frotaba las manos.

- Yo solo voy a poder con uno.- Le dije, algo temerosa ante su reacción.

    -  Pues querida Gloria, debo comunicarte que si no te lo bebes, de aquí no se mueve nadie. - ¡Toma ya! Ahora era la Sargento Alcohólica, ni más ni menos. Sus motes cambiaban con sus repentinos cambios de humor.

Este cocktail también le duró un suspiro. A mí, en cambio, me faltaba tiempo y aire para poder terminar el mío.

Esta va a ser una noche muuuuy larga… ¿o no?

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