- Vamos por aquí.- Me dijo, ahora algo ansiosa. Yo
asentí con la cabeza y me puse a su lado a caminar con las manos bien metidas
en los bolsillos. Espero que el bar esté
cerca.
- Y dime Gloria…
- ¿Sí?- Pregunté deseosa de haber tenido alguna
manera de evitarla.
- ¿Qué es lo que has venido a hacer exactamente a
Alemania?– Me preguntó en un tono ahora sospechosamente ligero. Como dos amigas
que se ponen al día. Era muy cambiante, tal vez ¿una persona inestable? No lo
sé, tengo miedito.
- Pues… alejarme de la rutina.- Eso tenía su parte
de verdad. Desde luego no iba a admitir que deseaba un ardiente reencuentro con
su marido. Dejémoslo así.
- ¡Qué bien poder permitirte una escapada de vez
en cuando! Yo, con Jonas y Alex, solo puedo soñar con escapar aunque sea un par
de días.
- Entiendo. Pero tener una familia debe tener sus
cosas bonitas y su parte de responsabilidades que no gustan, como casi todas
las responsabilidades ¿no?– Entonces se paró un instante, mirando fijamente al
suelo y no me respondió.
- Mira, es ahí, levantó la cabeza y señaló con el
dedo índice.– Esto cada vez me gusta
menos.
Entramos
al Z- Bar, que se encuentra en el número dos de Bergstraße, cerca de Gartenstraße,
la calle donde vive Christel. A unos siete kilómetros del hotel donde me
hospedo, pero con Katerina, me sentía mucho más lejos y muy extraña.
Cuando
entré, solo pude maravillarme, un sitio moderno y lleno de cultura
cinematográfica, una estupenda carta de cocktails y gente guapa y alta por
doquier. Sentí un dedo golpear un par de veces mi hombro izquierdo, casi me
había olvidado que estaba con la “más rara que yo”, Katerina.
- ¿Nos sentamos?
- Claro.- Qué
iba a decir si no.
La
carta me incitaba a dejarla en manos de algún experto camarero que me pudiese
recomendar, pero en su lugar, Katerina, pidió por las dos y me dijo que era una
sorpresa y que seguro que me iba a encantar. Oh, oooh, pensé. Nuevamente, era lo único que se me ocurría. Todo
era cada vez más raro, con las tenues luces del interior del bar, donde el
rojo, negro y blanco hacen su combinado perfecto.
Me topé con los ojos de mi... lo que sea, mirándome
fijamente. Imaginé que estaría intentando leer mi mente.
Hubo
unos minutos de silencio incómodo y, cuando al fin trajeron los cocktails y me
dieron una buena excusa para estar callada, ella se lo bebió en apenas dos
tragos y yo, abrí los ojos como platos, echándome hacia atrás, alucinada, si
este era el comienzo ¿qué vendría después?
¿qué dejaría para después?
Dejó la copa de un golpe en la mesa y empezó
a reírse.
- ¡Y yo que creía que vendrías a quitarme a mi
marido! Y mírate, eres inofensiva. – Siguió riéndose. Yo me dediqué a darle un
pequeño sorbo a mi copa, y el fuego recorrió mi garganta, recreando su propio
infierno en mi estómago.
- ¡¿Qué es esto?! – Dije finalmente.
- Ajajajajajaja, es un Long Island Ice Tea. Jajajaja, de té no tiene nada, ¿eh?.- Y se
volvió a reír. Hizo una indicación al camarero y pidió otros dos. ¿Para quién
eran? Yo acababa de empezar.
Busqué
en el menú y estos son sus ingredientes: vodka, ron, ginebra, triple sec, zumo
de naranja, limón y cola. Total, nada.
- Aquí viene otra rooondaaaa.- Canturreó mientras
se frotaba las manos.
- Yo solo voy a poder con uno.- Le dije, algo
temerosa ante su reacción.
- Pues querida Gloria, debo comunicarte que si no
te lo bebes, de aquí no se mueve nadie. - ¡Toma ya! Ahora era la Sargento
Alcohólica, ni más ni menos. Sus motes cambiaban con sus repentinos cambios de humor.
Este
cocktail también le duró un suspiro. A mí, en cambio, me faltaba tiempo y aire
para poder terminar el mío.
Esta va a ser una noche muuuuy larga… ¿o no?
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