Todo
me daba vueltas, sentía que no había bajado del metro aún y, sin embargo, había
pasado casi un día entero desde que había llegado a casa de Christel.
La
luz, se filtraba por las cortinas de la ventana, pero no era la ventana de mi
hotel, era otra ventana, una que me desorientaba y cuya imagen me golpeaba en
la cabeza recordándome que anoche bebí más de la cuenta. Empezó el bombardeo de
flashes, de imágenes y frases, palabras con un sonido ahogado, ahogadas por el
alcohol. Era una visita, una tradicional
visita de Kaffee und Kuchen (café y tarta), pero todo se torció del modo
más inesperado.
Rebobino
Mi
llegada fue algo así como el evento más esperado de la temporada verano-otoño,
una mezcla de calidez de abrazos, sonrojo por la cantidad de gente extraña, un banquete de dulces y café que mimaban mi paladar, mientras un escalofrío, recorría mi cuerpo, advirtiéndome que las estaciones no perdonan y que el frío se estaba acercando:
- ¡Hola Katerina! ¡Aaaaaay Jonas, ricura! ¡Ven a los brazos de la abuelita! Pasad, pasad.
- ¿Está aquí?
- ¡Hola Katerina! ¡Aaaaaay Jonas, ricura! ¡Ven a los brazos de la abuelita! Pasad, pasad.
- ¿Está aquí?
- ¡Claro que sí! ¡Y llegó con la puntualidad digna
de una alemana!
- Tengo ganas de conocerla, Alex me habló muy bien
de ella. Ya sabes que cualquier cosa que me acerque a Alex…
- Finalmente no va a venir ¿verdad?
- No. Es más, se fue a dar un paseo, él solo.
- Mi hijo es un cabezota y complicado. ¿Tú cómo
estás?
- Jonas, ve a saludar a los demás, corre… - Se creó una pausa, seguida de una respiración profunda.
- Jonas, ve a saludar a los demás, corre… - Se creó una pausa, seguida de una respiración profunda.
- Mal, estoy mal. No veo que esto…
- Oh, Gloria ven, mira quiero presentarte a alguien. Ella es Katerina, la mujer de Alex.
- Oh, Gloria ven, mira quiero presentarte a alguien. Ella es Katerina, la mujer de Alex.
- ¡Hola Katerina! Encantada de conocerte.- Acababa
de crecerme la nariz.
- Lo mismo digo.- Me abrazó con fuerza, demasiada fuerza y demasiada efusividad.
- Es una pena Gloria, me estaba comentando
Katerina que Alex se encuentra mal y que ha tenido que quedarse en casa.-
Torció el gesto mientras juntaba sus manos y me miraba fijamente, intentando
convencerme de aquella mentira. Yo asentí, gentilmente, aceptando su mentira
como única verdad.
- ¡Qué pena! Con las ganas que tenía de poder
saludarlo en persona tras tantos años. ¿Qué se le va a hacer? Lo importante es
que se recupere pronto.- Fingí, sobreactué y, de pronto, sentí el espesor de un
ambientador llamado Eau de Mentira, al cual había desarrollado una intolerancia
desde hacía años.
- Bueno, chicas, vamos dentro, no nos quedemos
aquí en la puerta.
Caminé, empujada por Christel y con Katerina a mi
lado. Sentía que me iba a romper, que las piernas me iban a fallar. ¿En qué mundo había estado viviendo? ¿Acaso
era un mundo donde el tiempo se había parado? ¿Cómo había podido ser tan ingenua?
Esta es la cruda realidad: los años han pasado y Alex, al igual que el resto de
la humanidad, ha seguido con su vida. Y yo, mientras tanto, he creado una
especie de burbuja flotante para no tocar el suelo y poder vivir en las nubes.
Ahí arriba, en lo alto, en un mundo aséptico, donde la decepción y el fracaso
con la pareja y los amigos, simple y retorcidamente, no existían.
Ahora
no solo había explotado esa burbuja, había caído desde lo más alto, sobre el
suelo donde vive el humano de a pie, ese que es real, ese que puede arrollarme
a puntapiés si no me levanto rápido.
Fingí,
contesté a todas las preguntas habidas y por haber, de vez en cuando, siendo el
incómodo centro de atención, sonreía y reía y lanzaba comentarios tratando de
ser una más. Jonas se subía a mi regazo una y otra vez y yo, solo podía fingir,
sabiendo que él no iba a venir, aunque supiese que yo estaba aquí y, en su
lugar, habían aparecido su mujer y su hijo.
Poco
a poco, tras varios cafés y toda la rica repostería que había sobre la mesa, la
gente se fue despidiendo. Sus costumbres eran más españolas que alemanas, y cada
uno de sus abrazos me reconfortaba un poco menos. Solo quería irme, y aproveché
para despedirme cuando solo quedamos Christel, Katerina, Jonas y yo.
- Christel Te ayudo a recoger.- Me ofrecí.
- Eso ni se te ocurra.
- Pues ya es tarde.- Le sonreí con lo que yo
denomino una sonrisa comercial: irresistiblemente falsa y falsamente
irresistible.
- Bueno, muchas gracias por el recibimiento.- Le dije
en mi intento de despedida cuando terminamos de recoger los restos del
banquete.
- ¿Ya te vas?- Me preguntó Katerina con un
repentino tono de desesperación en su voz.
- Sí, ya se está haciendo tarde y para mi pésima orientación, las calles no son las
mismas de día que de noche.- Me dirigí a la puerta de entrada para coger mi
abrigo y mi bolso. Alguien me seguía silenciosamente.
- ¿Por qué no nos tomamos algo juntas? Venga, anímate, conozco un bar por aquí cerca que te va a encantar.- Su forma de pedírmelo rozaba el ruego. ¿Cómo negarme? Si me está poniendo ojitos y todo.
- ¿Por qué no nos tomamos algo juntas? Venga, anímate, conozco un bar por aquí cerca que te va a encantar.- Su forma de pedírmelo rozaba el ruego. ¿Cómo negarme? Si me está poniendo ojitos y todo.
- Tante Christel,
te parece bien si dejo aquí a Jonas.
- Uuuyyy, por mí encantada. Yo lo acuesto.- Se
notaba el cariño entre las dos.
- Entonces me voy a tomar algo con Gloria.
- Eso me parece muy bien. ¡Ah! Si volvéis tarde
pasad la noche aquí. Y eso va por tu sentido de la orientación, Gloria.
- Te lo agradezco Christel, pero creo que podré
apañármelas.
- Yo te preparo una habitación de todos modos.
Eres más que bienvenida. Ay, cuánto recuerdo a tu madre.- Me plantó un beso
sonoro en cada mejilla y me abrazó hasta casi cortarme la respiración.
Katerina ya se había preparado y me estaba sacando de la casa
casi a rastras. No entendía nada. El bajón que estaba pasando, dio paso a la
confusión por la actitud de esta mujer a la que apenas conocía.
No hay comentarios :
Publicar un comentario