Abrí
despacito la puerta tras la cual provenía ese llanto, y allí estaba, empapada
en lágrimas, con la cara roja y gimoteando.
- Entra y cierra tras de ti.- Cumplí sus órdenes.
- ¿No me vas a preguntar qué me ocurre?- Me
pregunta levantando la cabeza de entre las manos y lanzándome una mirada más
que amenazante.
- Y bien ¿qué te ocurre so loca? – Esto último lo pensé, obviamente, pero me habría gustado
tener el valor de decírselo a la cara.
- Que ¿qué me ocurre? – Me dijo con voz de pito y
se echó de nuevo a llorar. No sabía qué hacer, empecé a barajar opciones y a
imaginármelas de forma muy gráfica en cuestión de segundos:
a) Intentaría abrazarla. Ella me empujaría y me
gritaría con la voz de pito: “quita
criatura inofensiva que no vale para nada” Por ejemplo.
b) Unas palmaditas en la espalda. Ella me
miraría partiéndome en dos y me diría: “¿eso
es todo lo que sabes hacer?”
c) Tratar de animarla con alguna tópica frase
que se dice en estas situaciones y darle un pañuelo. A lo que ella respondería
tirándomelo a la cara.
Cuando volví a centrar mi mente en el momento presente, algo
inesperado ocurrió, Katerina me abrazó y lloró sobre mi hombro. Me quedé allí
arrodillada, sosteniendo gran parte de su peso y abrazándola en silencio. No
tuve que hacer ni decir nada, solo esperar. Esperar a que ella recobrase las fuerzas
de lo que fuera que las estuviese consumiendo. Y aunque llevaba como cinco
copas, tenía claro que su mayor problema no era el alcohol, este solo había
actuado de sacacorchos, derramando la botella agitada de problemas que esta
mujer, aquí entre mis brazos, había estado escondiendo tras una sonrisa.
Con esto último, sí que
me siento identificada.
Le ofrecí mi apoyo con mi sola presencia. Cuando quisiese
hablar, lo haría y me tendría aquí.
Poco a poco fue separándose y la ayudé a enjugarse las
lágrimas con mis pañuelos; necesitamos varios. Me miró entre avergonzada y triste.
- Lo siento. De veras que lo siento. Te he
arrastrado hasta aquí para hacerte pasar por todo un calvario ¿verdad?
- Más o menos- le dije y le sonreí. Iba a estar
difícil animarla, pero al menos no le mentiría, no mientras pudiese ser sincera
con ella.
- Suelen decírmelo. No sé si es que quieren decir
permisiva o cautelosa a la hora de tratar con los demás.
- Quieren decir cautelosa.
- Tomo nota.- Y volví a sonreír consiguiendo otra
sonrisa en respuesta.- Bueno, puedo saber qué estamos haciendo aquí.
- Puf, sí.- Aclaró su garganta mientras miraba sus
manos, jugando nerviosa con el pañuelo, o lo que quedaba de él.- Te habrás
asustado al verme así.
- Bueno, he visto a más gente llorar y no de
alegría, desgraciadamente.
- Esa ha sido una buena respuesta.- Admitió.
Estaba más calmada y parecía otra persona. Como cuando ves a alguien como
realmente es, sin falsas sonrisas ni bromas diseñadas para escapar de apuros o
esquivar comentarios maliciosos. Como somos tal y cuando no estamos rodeados de
gente a la que no queremos fallar y por eso fingimos.
Máscaras fuera. Terminó la función.
- ¿Y bien? – Le pregunté levantando los hombros.
- Bien.
Ese es el verdadero problema. Desde hace tiempo, nada en mi vida va bien. – Maaaaaadre mía, pensé, otra que está como
yo.
Volvió
a romper a llorar.
- Mi matrimonio se hunde. Estamos juntos desde
hace casi seis años y mi matrimonio se hunde. Ya casi ni me mira, no sé qué
debo hacer. Al principio pensé que sería una crisis pasajera, pero ¡no! solo ha
empeorado. Somos jóvenes y siento que nuestro matrimonio se marchita. ¿Acaso se
ha cansado de mí? ¿Ya no le parezco atractiva? A veces pienso que me está
siendo infiel. Me estoy volviendo loca. Todo cambió desde aquel día… Como si la
vida y su familia careciesen de sentido.
Todo a borbotones, como la espuma de una botella de Champagne
recién descorchada. Las palabras brotaban incesantes y se derramaban creando un
charco de emociones densas e incomprensibles para alguien que, como yo,
experimentaba su relación con los helados y series de televisión en el sofá, como su relación más duradera y próspera.
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