Elecciones.
Sentada
frente a esta nueva carta, veo como se transforma en una urna.
De
pronto mi habitación se convierte en una sala fría, vacía. A mi izquierda se
encuentran unas cabinas con unas cortinas a modo de probadores que ocultan
emociones, no cuerpos ni rostros. Frente a mí, una mesa rasa, blanca con la
misma urna del mismo color. Cuando me acerco, compruebo que frente a la urna
esperan varios sobres y, en cada uno de ellos reza una palabra, una obligación,
una responsabilidad, una tarea pendiente, una llamada sin contestar, un mail
esperando ser leído, una ilusión amargada por la sensación del deber, un
proyecto tras otro caídos por la desconfianza… elecciones, elegir, emitir un
juicio y no saber por dónde empezar.
Encuentro
al final de esta larga hilera de sobres uno en blanco. En mi mano derecha
percibo la figura de un bolígrafo, cuya tinta negra dejará grabada mi elección.
En
el sobre en blanco me gustaría escribir “dolor de cabeza” y “agotamiento” sobre
todo, ante la perspectiva de solo poder elegir una carta porque solo hay una
urna.
Parada,
en esta triste sala de cortinas verde hospital y fría mesa de operaciones,
decido votar, pero no elegiré el sobre por el cual quiera empezar o en el cual podría
centrar todos mis esfuerzos, en su lugar pondré dentro el sobre que más me
pesa, el que ya no quiero tener ni frente a mí ni en mis pensamientos. El sobre
que me bloquea.
Ya elegí
ese sobre, lo introduzco en la urna y comprendo que los demás los podré llevar
a cabo dedicando mi cariño, no mi dolor ni mi desilusión ni mi deber.
¿Qué
sobre eliges tú?
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